Fuente: Voz Pópuli, autor Juan Laborda
La propuesta de rescate de Chipre por las autoridades europeas, y la posterior negativa del parlamento chipriota a que sea financiado mediante una confiscación de parte de los depósitos de los ahorradores pone de manifiesto todas las miserias de la actual realidad económica y política europea.
Por un lado, la ausencia de un verdadero mecanismo de estabilidad basado en el principio de solidaridad; y, por otro, el mantenimiento de un sistema bancario europeo sobredimensionado que debería haber sido reestructurado y recapitalizado a costa de la gerencia y de sus acreedores. Sin embargo, son los ciudadanos quienes están pagando en última instancia con sangre, sudor, y lágrimas los excesos de las élites.
La mayoría de los análisis que se están haciendo sobre la situación de Chipre se olvidan de dos particularidades de esta pequeña ínsula. Se trata de un paraíso del blanqueo de capitales procedentes de actividades muchas de ellas delictivas, alrededor del cual se expandió un sistema bancario muy por encima de la realidad económica y de las necesidades de la otrora civilización micénica. Al final acabó colapsando. La situación se complica analizando la singularidad del pasivo de su sistema bancario. Apenas tiene deuda, financiándose las operaciones de activo básicamente con depósitos y capital. A su vez, gran parte de esos depósitos proceden del blanqueo de capitales extranjeros.
Algunas cifras de Chipre y su rescate
La vinculación de su moneda con la europea, tras el ingreso en la Unión Europea en 2004, y la posterior incorporación en el euro el 1 de enero de 2008 le permitió tener tipos de interés reales muy bajos. Pero como además era un paraíso fiscal que ofrecía impuestos muy ventajosos, registró ingentes entradas de capital que le permitió una rápida e intensa expansión económica. La mayoría de esas entradas de capital, que en la actualidad representan aproximadamente el 50% del total de los depósitos, proceden de los oligarcas rusos que blanqueaban allí su dinero, del Reino Unido y de Grecia.
Los bancos canalizaron la entrada de esa liquidez a financiar, por un lado, una burbuja inmobiliaria y, por otro, a comprar grandes volúmenes de deuda griega que ofrecían una rentabilidad muy atractiva por la presión que los mercados ejercieron sobre el país heleno. Se trata de un comportamiento muy similar al de nuestra banca, donde tras la expansión de su activo hacia el negocio inmobiliario y el estallido del mismo ha canalizado en la actualidad sus actividades a financiar a las administraciones públicas de nuestra querida España. Una vez que pincha la burbuja inmobiliaria, y se produce una quita en la deuda soberana griega, la banca chipriota colapsa.
Chipre como ejemplo del acuerdo oculto de las élites políticas y financieras
En los rescates irlandés, español, griego, portugués, o ahora el chipriota, se pone de manifiesto un tremendo acuerdo tácito entre las élites extractivas que incluyen tres cláusulas implícitas. En la primera, se mantienen los privilegios de la clase financiera, a pesar de que el sistema bancario de la mayoría de países europeos es insolvente. No quieren someterse a un proceso intenso de reconversión como cualquier sector que ha cometido excesos.
En la segunda, los bancos centrales, controlados en realidad por estas élites financieras, inyectan liquidez masiva a los bancos con problemas de liquidez y solvencia para que sigan manteniendo el statu quo actual. No habrá, por lo tanto, créditos para familias y empresas.
En la tercera cláusula se acuerda que sea el banco central quien en realidad financie a los Tesoros a través de los bancos comerciales. Y todo ello a sabiendas de que el impacto de su política monetaria sobre la actividad es y será nulo al encontrarnos en la trampa de la liquidez.
Como todo acuerdo tácito oculto, a la luz de las velas, se incluye una cláusula final. Serán los ciudadanos quienes paguen en última instancia con sangre, sudor, y lágrimas los excesos de estas élites.
Chipre, paraíso fiscal y ejemplo de la desregulación financiera
La actual crisis económica global es de naturaleza sistémica, y presenta una serie de rasgos comunes a otros episodios de crisis similares que se han dado en la historia. Por encima de todos ellos, destaca el perverso papel que jugó el sistema financiero, que se convirtió en sí mismo en un fin último de la economía, y no en un medio para mejorar el sistema productivo.
El mayor peso del sistema financiero en la economía, se suele producir en periodos donde el “laissez-faire, laissez-passer” constituye la ideología dominante, de manera que se deja que el sistema financiero, y especialmente el comportamiento de los mercados financieros y del sistema bancario, se autorregule por normas de buen comportamiento. Teniendo en cuenta que el comportamiento de los mercados se guía por el miedo y la avaricia, y no por la racionalidad de los inversores, estas fases suelen acabar en inflaciones de activos y endeudamientos privados descomunales, de manera que cuando se desploma el precios de los activos colaterales que soportan el endeudamiento, se produce una brutal caída de la riqueza, un descenso de la renta, un aumento del desempleo, un aumento de las quiebras de entidades privadas y públicas, incluidos Estados, posteriores períodos deflacionistas, o hiperinflacionistas, y depreciaciones de divisas.
El dinero ficticio, fruto de de la desregulación del sistema financiero, acaba transformándose en una deuda que no se podrá pagar, es decir, en dinero basura. Esta situación se ve aderezada con la tremenda permisividad de las autoridades económicas occidentales hacia los paraísos fiscales, donde las élites extractivas, especialmente empresas transnacionales, desvían sus capitales y beneficios para no pagar impuestos.
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