Fuente: iniciativadebate.org, 23 de agosto
Sí, es cierto, los funcionarios van a ser, a poco que nos descuidemos, una especie en extinción.
Las Administraciones públicas, como 
cualquier empresa, precisan de personas que impulsen y desarrollen su 
actividad. Estas personas a las que comúnmente 
llamamos funcionarios forman un colectivo heterogéneo compuesto 
por funcionarios de carrera (quienes tienen encomendadas las tareas que 
implican ejercicio de autoridad y prestación de servicio público), 
interinos, laborales y eventuales.
La existencia de cuerpos 
de funcionarios no es un capricho. Nuestro modelo de función pública (y 
nótese que hablo de los funcionarios y no de la pléyade de eventuales 
nombrados a dedo por el político de turno, responsables de la mayor 
parte del descrédito y desafecto con que la ciudadanía trata al 
funcionario) es fruto de una evolución histórica que, con las 
constituyentes de Cádiz rompió con la compraventa de cargos públicos y 
sentó las bases, desarrolladas por el Estatuto de Bravo Murillo, de 
la organización burocrática española, que es el fundamento mismo de la 
seguridad jurídica, de que la Administración no va a someterse a los 
caprichos políticos de turno.
Quienes sirven a la Administración, sean
 archiveros,  agentes forestales,  conservadores de 
museos,   inspectores de hacienda,  profesores,  médicos, orientadores 
de empleo o  quienes día tras día aseguran que las contrataciones se 
celebren de acuerdo con la legalidad, son profesionales que han accedido
 tras rigurosas pruebas selectivas y gozan de estabilidad en el puesto 
de trabajo como garantía de su independencia respecto de quien gobierne 
en cada momento; ello nos asegura a los ciudadanos, que van a tomar sus 
decisiones de acuerdo con los criterios de legalidad, imparcialidad y 
justicia , con sometimiento pleno al a ley y al derecho. Porque esa 
misma estabilidad en el empleo implica que a un funcionario no se le 
puede despedir por no cumplir con los mandatos de su superior político 
si dichos mandatos contradicen la legalidad vigente.
¿Qué mejor garantía puede tener un 
Estado democrático que la seguridad de que sus servidores públicos no 
están al albur del interés político de quien gobierna?
¿Quién sino un funcionario con garantía de que seguirá siéndolo puede poner impedimentos a una decisión injusta?
¿Quién se atreve a llevar la contraria a su jefe en la empresa privada y más después de la última reforma laboral?
Esa y no otra es la ventaja real de 
los funcionarios públicos, su patrón no puede despedirles si le 
contradicen o contrarían; sí puede, y de hecho hay quien lo hace y cada 
vez mas descaradamente, rebajarles el sueldo, vilipendiarles, moverles 
de puesto de trabajo (ya que la estabilidad no implica inamovilidad) , 
desprestigiarles de mil maneras, decirle a la sociedad que no es justo 
que tengan trabajo estable, que son muchos (bastantes menos que en 
Francia o los países nórdicos por cierto) que sería mejor que fuesen 
contratados  como en la empresa privada, decir hasta la extenuación que 
no son eficientes ni eficaces, que son más costosos, que lo privado es 
más barato… pueden hacerlo y lo están haciendo. Por supuesto que con un 
objetivo: si se acaba con  los funcionarios se acaba con la única 
posibilidad de asegurar el correcto funcionamiento de la Administración y
 su sometimiento a los principios de legalidad, imparcialidad y 
justicia.
Los funcionarios que han accedido a sus 
puestos con vocación de servicio público (ya sabe todo el mundo que si 
uno quiere hacerse rico justo esa no es la opción) deben, por mandato 
constitucional, servir con OBJETIVIDAD LOS INTERESES GENERALES (y no los
 particulares de su temporal patrón) y cumplir la ley y  formalizan ese 
juramento cuando acceden a su puesto.
Pensad, si 
esos funcionarios pudiesen  ser contratados a dedo por el político de 
turno ¿Qué seguridad tendríamos de que las cosas se realizarían conforme
 a la legalidad?
Que contentos se pondrían algunos 
políticos si cada vez que fuesen elegidos pudiesen nombrar a todos los 
miembros de la Administración ¿imagináis las redes clientelares? Si ya 
las hay amplísimas por causa de esos eventuales que no son sino amigos 
nombrados a dedo, que no sería si se tratase de toda la Administración. 
Ese es el objetivo, no otro.
Con la crisis, de nuevo la excusa, una 
nueva ofensiva,  pero a esta tarea del descrédito llevan 
muchos neoliberales de mullido sueldo y sillón público, muchos años 
dedicados.
Hay que denunciarlo, no hay que parar de
 hacerlo  y  hacer una defensa a ultranza de lo público, y de 
los trabajadores de lo público, porque lo público es de todos.
 
 
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