Fuente: publico.es, 19 de diciembre
En la casa de Ana García, administrativa de la Administración Central del
Estado, casada y con dos hijos, entran mensualmente sus 1.400 euros y los 420
que cobra su marido y que se terminarán en enero. Ana lo divide en montoncitos
para hacer frente al “ahogo” de los 650 euros mensuales de la hipoteca, 200
euros en luz, agua y teléfono, 200 euros más para contribuir al pago del
alquiler de sus suegros, perceptores de pagas no contributivas, 80 euros en las
clases de inglés de una de sus hijas y, si viene algún pago imprevisto, la
incertidumbre se hace presente y el mundo se le viene encima.
Su marido quedó en paro justo al mes de aprobarse la última reforma laboral.
Trabajaba como cocinero en una empresa rentable que sigue funcionando. Sin
embargo, el empresario alegó que preveía menos ingresos y sobraban el marido de
Ana y otros compañeros. Las hijas de Ana, dos adolescentes, saben que no se
pueden apuntar a las actividades extraescolares ni a los viajes de fin de curso
porque, después de hacer frente a todos los gastos, en casa sólo quedan 690
euros de libre disposición para comer e “ir tirando”.
“Yo no soy una privilegiada por ser funcionaria”, se defiende, “nos
están echando encima a la opinión pública y soy tan víctima de la crisis como el
que más”, afirma Ana, en un arrebato de indignación contra la
estigmatización que sufren los trabajadores públicos. A Ana se le llena la cara
de lágrimas sólo de pensar qué pasará en enero, cuando su marido dejará de
cobrar la prestación de 420 euros y tenga que sobrevivir con 270 euros después
de pagar hipoteca, luz, agua, telefonía, la academia de inglés donde va su hija
y los 200 euros con los que contribuye al alquiler de la “casita” donde viven
sus suegros.
Lola Ortiz es auxiliar sanitaria, su nómina supera tímidamente los
1.000 euros si trabaja días festivos. “Menos mal, si no, cobraría 900
euros“, dice aliviada esta mujer de 45 años, separada, con un hijo de
17 años a su cargo y empleada pública en una residencia de ancianos de la Junta
de Andalucía en Montequinto (Sevilla). Antes de la crisis, Lola cobraba 1.300
euros, iba al cine, de vacaciones, llegaba a final de mes y “tenía proyecto de
vida”. Ahora, el día 20 ya está al final de mes con 20 euros en el monedero y se
atormenta pensando “si habrá dinero para ingresarnos la próxima nómina”.
Con sus 1.000 euros recortados, Lola paga la letra del coche que la lleva a
diario a trabajar, la academia de inglés de su pequeño y da de comer a su hijo y
a su único hermano, de 42 años, pintor que hace tres años que no trabaja y que,
desde hace año y medio, forma parte de la lista de 600.000 andaluces sin ningún
tipo de ingresos, según la Red Andaluza contra la Pobreza y la Exclusión
Social.
El proyecto de vida actual de Lola es dar “paseítos” por todos los
supermercados. “Allí compro el café, que es más barato; aquí compro la
leche, que es más barata; en el otro lado compro el detergente, que es más
barato; y en la esquina del barrio compro el pan, que es más barato”.
Paseítos para estirar los 1.000 euros que la han dejado sin proyecto de
vida.
Nadie imaginaría que Patricia, profesora de Música en un instituto público,
no ha pagado este mes la hipoteca. “He tenido que elegir entre comer o pagar”,
cuenta esta mujer de Estepa (Sevilla). Tiene dos hijos, de 9 y 11 años, está
casada y su marido está en paro.
Con su sueldo de 1.800 euros, hace frente a una hipoteca de 800 euros, a los
350 euros de gasolina que necesita para el viaje de ida y vuelta de los 55
kilómetros que separan Estepa del instituto de Marchena donde trabaja, otros 200
euros para pagar las facturas de agua, luz y telefonía y los 170 euros del
crédito del coche sin el cual no podría trasladarse a su centro de trabajo.
A principio de cada mes, a Patricia le sobran 280 euros. Sus hijos, ella y su
marido, víctima de un ERE del Ayuntamiento de Estepa, acuden diariamente a
almorzar a casa de sus padres. Los niños meriendan por la tarde con sus abuelos
paternos. “Y por la noche llego a casa, miro la nevera vacía, suspiro y digo: no
tenemos ni yogures”, relata esta joven de 39 años que, antes de que su marido
fuera despedido, organizó su vida creyendo que los 3.000 euros que
entraban en casa serían para siempre.
Humberto Muñoz, dirigente de CCOO, calcula que los trabajadores públicos han
perdido, desde 2010, un 30% de su poder adquisitivo, consecuencia de la subida
en 10 puntos del IPC, del incremento del IVA y el IRPF, la aplicación de los
recortes y congelación salariales en el sector público y la eliminación o
reducción importante de las pagas extraordinarias. Muñoz afirma que los
trabajadores autonómicos, como en el caso de Patricia y Lola, son los que más
han visto mermados sus ingresos porque acumulan los recortes de los gobiernos
español y andaluz.
Miguel Altuna, profesor de Sociología Política de la Universidad de Sevilla,
alerta de que el empobrecimiento de la clase media, convertida en clase social
baja, “está rompiendo el contrato social” y prepara el terreno político para el
mensaje antidemocrático “a ver si viene alguien y arregla esto”. Por su parte,
desde CCOO Andalucía hacen hincapié en que la mayoría de los trabajadores
públicos tienen salarios que rondan los 1.000 euros y que “rebajar sus
condiciones laborales repercute directamente en la calidad del servicio público
que prestan”.
Lola, auxiliar que trabaja con ancianos que son grandes dependientes, se
pregunta: “¿Qué será de nosotros como sociedad si abandonamos a las personas
mayores?”. Ella, mientras tanto, entre paseíto y paseíto en busca de lo más
barato, sigue levantando, movilizando y acostando a los residentes de su centro
de trabajo que ni saben ni deben saber que los meses de Lola solamente tienen 20
días.
"que ni saben ni deben saber que los meses de Lola solamente tienen 20 días"
ResponderEliminarAsí nos va, que nadie sabe que también las pasamos putas y al final se nos queda el "sanbenito" de privilegiados para los restos. ¡Que se enteren, rediela!