Atuores: Oscar Simón y Alberto Alcázar
El paro ha llegado casi a los seis millones de personas en el Estado español, es decir, un 26% de la población activa, llegando al 35% entre las personas migradas y al 55% entre la juventud. De hecho el paro en toda Europa llega a unos 26 millones, de los cuales unos 18 corresponden a la zona euro. Desde 2011 han perdido su empleo cerca de 160.000 personas mensualmente. Estos datos no tienen en cuenta los minijobs (trabajos de pocas horas y sueldos miserables de 400 euros) que sólo en Alemania se pueden contabilizar en ocho millones de personas.
Por supuesto la crisis económica y la implosión de la burbuja inmobiliaria son en gran parte responsables del incremento del paro. Sin embargo, la recuperación de las tasas de paro reducidas parece muy difícil a través del incremento del PIB o con un nuevo tsumani urbanizador, enormemente intensivo en el uso de mano de obra. Incluso desde una óptica procapitalista.
Los gobiernos, partidos en la oposición o sindicatos suelen proponer políticas económicas expansivas que estimulen la creación de puestos de trabajo o el incremento del consumo, y cuando hablan de la productividad es para conseguir producir más barato y poder exportar. La lógica de la devaluación interna europea (bajada de salarios, precarización de las condiciones laborales y privatización de los servicios públicos) va en este sentido: trabajar y producir más, ganando mucho menos.
No hay que confundir productividad con producción. La producción es el número de bienes o servicios producidos. La productividad sería el cociente entre la producción y los recursos que hemos utilizado. Los procesos de innovación técnica y mejoras de la productividad se han ido repitiendo durante toda la historia del capitalismo. La productividad media en la Inglaterra de 1913 era de cuatro dólares la hora, en 1950 de siete dólares la hora. En 2009 en el Estado español era de 44,35 dólares la hora, en Alemania de 53,46, en EEUU de 58,58, por poner algunos ejemplos. Es decir, que hoy una persona produce de media siete veces más que hace 60 años y doce veces más que hace 100 años.
La riqueza para unos pocos
La productividad se ha incrementado y, en cambio, la jornada laboral se ha mantenido, y a veces aumentado, en torno a las 40 horas desde hace cerca de 100 años. De la misma manera, los salarios reales se han mantenido estables, o incluso han bajado en Europa desde principios de los años 90. Esto ha pasado porque los incrementos de la productividad han ido a parar mayoritariamente a manos de la burguesía. En EEUU un 1% controla el 40% de la riqueza, mientras que un 80% sólo el 7%. Porcentajes prácticamente idénticos que en el Estado español.
Entonces ¿Por qué que las cifras de paro no dejan de crecer a la vez que se incrementa la destrucción ambiental? ¿Por qué el hambre estructural afecta a 800 millones de personas en un mundo que lanza el 40% de los alimentos producidos? Aunque hoy una persona produce siete veces más que en 1950 y que la población mundial se ha multiplicado por 2,5, las desigualdades no han desaparecido, e incluso se han incrementado. Lo que podría haber sido progreso humano, la lógica del sistema, de socialización de las pérdidas y privatización de los beneficios, lo ha convertido en riqueza para unos pocos y pobreza para la mayoría.
¿Cuál es la solución entonces? La única solución a todos estos problemas, tanto el del paro como el resto, sería repartir la riqueza creada por la gente trabajadora para que los incrementos de la productividad se repartieran, de tal modo que si una persona produce siete veces más que hace 50 años, esta persona debería trabajar, como mínimo, la mitad, es decir, cuatro horas.
Movilización
Desde que en 1817 Rober Owen formulara el eslógan “8 horas de trabajo, 8 horas de tiempo libre y 8 horas de descanso”, la movilización por la reducción de la jornada ha formado parte de las reivindicaciones laborales. El 1º de Mayo se conmemora la revuelta de 1886 en Haymarket, Chicago, que comenzó por la jornada laboral de ocho horas. Otro ejemplo fue el de la Canadenca en Barcelona, donde entre febrero y marzo de 1919 se consiguieron las ocho horas de jornada laboral. Ambas revueltas comportaron enormes movilizaciones de la clase trabajadora y mucha represión.
Hoy, después de que cada reforma laboral y cada avance técnico se utilice para despedir gente e incrementar la explotación de las personas que continúan en los puesto de trabajo, hay que recuperar la idea de reducción de jornada laboral. Justo al contrario de lo que dicen las patronales.
Si somos capaces como sociedad de producir todo lo que necesitamos en menos tiempo y con menos esfuerzo, es necesario que esta capacidad se aproveche en beneficio de toda la sociedad. No podemos permitir, por ejemplo, que después de dar 100.000 millones de euros a la banca, ésta despida al 20% de las personas que trabajan en el sector.
En el Estado español la media de producción por persona es de 64.000 euros al año. En cambio, el salario medio bruto es de unos 22.500 euros al año. Una reducción de la jornada laboral a 30 horas, sin reducción de salario, haría que la producción por persona empleada fuera de 48.000 euros, es decir, a cada empresario le quedarían todavía 23.000 euros al año por persona. En cambio, se generarían unos cuatro millones de puestos de trabajo, lo que, al menos en primera instancia, permitiría volver a un paro del 5%. Ésta es una medida sencilla, que sin invertir ni un euro, ayudaría a millones de personas a salir del pozo del paro. Eso sí, redistribuyendo la riqueza generada por el trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario